La montaña es el lugar perfecto para perderse en el tiempo de la cosas, de los quebraderos de cabeza y de los tumultos ciudadanos. El monte de la Esperanza es el sitio donde el sonido deja su voz para escuchar otra mucho más sublime, el silencio. Los pinos reverdecen bajo el sol de la tarde mostrándonos el musgo adherido a sus troncos. El paisaje se reinventa en cada latido de las tardes del verano y el viento fresco sacude las ramas como un silbato de la vida que se aposenta sobre la pinocha para recibir a otra noche. Quedarán más días suspendidos en el misterio de la montaña y los crepúsculos enmarcarán el privilegio de haber podido sentir su embrujo y misterio.
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