Los meses del año esperan pacientemente a que llegue el otoño. Descanso, plenitud y balance de todo lo que aconteció. Ya no somos los mismos de ayer. Avanzando con el tiempo nos enriquecemos de su sabiduría. No es cuestión de volver a tras porque lo pasado nos está dando la enseñanza para poder continuar. La seguridad como tal no existe, solo existe el ser humano con su razón y su sentimiento. Otoño que enmudeces a los campos para dar paso a otros sonidos singulares como la berrea de los ciervos los a emigración de las aves.
Cuando tus parques se visten con la gabardina de lluvia y los patos de los estanques se refugian en sus casitas.
Tiempo de viña y de fuego. De luces y de sombras. Tiempo en el que las paletas de los pintores inventan colores nuevos para diseñar a la nueva estación. Se albergan nuevos deseos encontrados o por el contrario se descubren cuando la bruma de los amaneceres remolonea junto a nuestros pies. Las buhardillas se encienden para dar a luz a los cuentos y en los charcos de las calles creamos mundo para introducirnos en ellos. Otoño, renovación, instante mágico en el almanaque del tiempo. Sumisión y grandilocuencia de sesos pasajes que ya anidan en los rincones y que permanecerán sumergidos en el letargo de los días de invierno.
Bajo esa sumisión de la naturaleza descansa la hojarasca de los árboles cansados que han sido arrastrados y que se hacen eco de un estío ya caduco. Yace furtivo el silencio en tus esquinas y la soledad secuestra su cansado cuerpo que ya se recuesta en el camino. Sobre libretas sin estrenas, sobre pupitres ocupados y junto a las risas de los niños que comienzan una nueva etapa en sus vidas. En otoño podemos encontrar esa palabra huérfana y no escrita en la que los días anterior a hoy se esparce sobre el papel en forma de virutas de un tiempo ya pasado. Desde mi pluma hoy comienza a escribirse tiempo nuevo que ha de llegar. Ana Valentín.
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