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miércoles, 24 de septiembre de 2014

AFABLES MOMENTOS


Cuando el deseo se torna en espejismo rectangular. Cuando la esperanza es sustancia en el camino. Cuando la utopía cabalga en la sombra, intento tocar el Atlántico con la punta de mis dedos. Me encuentro con esos espacios sin nombre. Entre  rincones que se detienen en el tiempo y en los que voy tejiendo mi poesía con la luz de las estrellas. Bajo la paz húmeda y brillante de otro atardecer me sumerjo a través de esos caminos en la línea blanca de mi memoria. Observo esa huella adormecida del tiempo. Pero las llamas que arden en la noche me rodean en su horrible oscuridad. Tras ellas me ubico. En un respiro de las horas donde no existe ilusión sin la sombra de otro adiós.

 
Invento los minutos desde mi ventana y escucho correr los sabores entre los árboles desnudos de mi infancia. Palabras blancas de las noches del estío que acabarán por hacer llorar a las nubes. En su melancolía podrán estremecer a los áridos brazos del viento. Cuando la luna derrama sus fatigados rayos como un huésped de nadie al final de la noche, haciendo rozar sus palabras contra mis dedos.
 
A lo lejos el Atlántico me muestra sus mejores destellos y navego sobre él hasta ese punto de luz donde el olvido no puede llegar. Toco sus aguas entrando en ellas al mismo tiempo que salgo de las mismas. Desde mi orilla la tempestad de la vida me devuelve su perfume. En los restos de la bruma se sienta el aire para contemplar el vértigo de mi mirada. Hay cierta levedad en su sombra que cautelosamente sucediéndose en los pilares de mi imaginación. Y es que ya nada sabe a nada, todo tiene el sabor que nuestra fantasía quiera darle. Ana Valentín.



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