Escucho la música y pienso en ti y en el interior de mis soledades se proyectan imágenes de nuestros recuerdos. La agreste soledad de los volcanes junto a playas multitudinarias y bulliciosas. Los jardines con sus buganvillas multicolores y el olor a sal de las rocas que en la tarde desprenden la fulgurante frescura de los tajinastes.
Aquí llueve, llueve y llueve. Con esa monotonía frutal de lo primitivo y cuando sale el sol, en ese preciso momento, horadando las gruesas nubes, es como si de pronto estallara un magníficat de Bach. Como si un enorme órgano descolgase sus escalas por las siluetas de luz evanescente colándose por el lucernario de una catedral gótica.
Vuele a llover y el otoño de Vivaldi se desmenuza verticalmente cuajándolo todo con su dulce melodía. De vez en cuando las rachas de viento agitan las ramas de los árboles desparramando las aladas semillas por las ventanas y bancos del parque. Un clarinete se cuela por las rendijas y un contrabajo surge de las farolas. Las notas de un piano resuenan sobre los cristales, mientras el rumor de la calle conforma onomatopéyicas voces de un día que declina. Huele a tierra mojada. Las hierbas están crecidas y las flores aún permanecen abiertas desplegando sus fragancias y liberando esencias húmedas.
Llueve y llueve; es que la lluvia siempre ha llenado de música y recuerdos las tardes de mi imaginación.
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