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lunes, 15 de octubre de 2012

PARDÉS


Huerto de árboles frutales. Me parece estar percibiendo su olorosa brisa en mi rostro. Hoy, cuando frente a mí se abren dos caminos inciertos, pero caminos, porque siempre que éstos existan en nuestras vidas, habrá un nuevo horizonte. Y me parece estar ahí en ese pardés mío. Cuidando cada uno de sus árboles. Guareciéndome bajo las ramas de algunos de ellos que, aunque no me brinden rica fruta o luminosas flores, me ofrecen los más apreciado, su cobijo.  Las personas necesitamos sentir esa protección de alguna manera. La primera impresión que ha impactado en mis ojos esta mañana ha sido la de una niña de Gambia protegiéndose con una raída manta. Allí agachada, enmedio de la nada, teniendo sobre ella el peso del cielo rasgado por la miseria y el hambre, pero de sus grandes ojos negros se percibía el horror esperanzado y astuto  que le hacía mantenerse aún viva. El camino de esa niña no existe pero el mío sí y debo aferrarme a el lo mismo que me aferro a una medicación para no quedar inútil. De esos dos caminos que se abren frente a mí , seguro que elegiré el más complicado, porque no soy capaz de cerrar mis ojos a la realidad del entorno.

Aquí en mi huerto de árboles frutales, en mi Pardés comenzaré este viaje. Hasta las florecillas silvestres que han crecido en el están haciendo un sendero luminoso para que mis pasos no titubeen al caminar. El otro camino es el de la comodidad y no lo quiero. Mi alma es inquieta y no parece estar hecha de acero.  Siente por ella misma y también  por los demás porque si no lo sintiera sería una persona muerta.  Me duele la terca forma de ser de muchas personas cercanas porque no son capaces de valorar lo que tienen. La desidia y la monotonía de sus vidas son más pícaras que ellos haciéndoles siempre caer en la misma rutina que no les conduce a nada. Un banco desde donde pueda ver la puesta de sol sobre el mar. Escuchar el murmullo de sus olas y pasar largas horas en la ventana. Perderme entre las nubes con mi lápiz y mi cuaderno para no desperdiciar ningún recodo de ese viaje. Todo quedará escrito en mi libreta roja, porque todo vale la pena escribir. Cuando la soledad te brinda esa oportunidad de reflexión sobre tí misma, ya es un camino adelantado, ya que hace que no vuelvas a caer en los errores que un día cometiste.

Mi huerto, este Pardés que me lo brinda todo será mi objetivo de vida, de lucha, todo lo realmente importante está en él. ¡Ojalá pudiera traerme conmigo a esa niña de Gambia que conocí esta mañan!, pero pienso que los pájaros perdidos de la vida algún día volverán. Ana Valentín

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