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jueves, 27 de septiembre de 2012

MELODÍA DE UN TIEMPO IRRECUPERABLE

Aquella tarde quedó en suspenso. Observé una perspectiva lejana de lugares idílicos. Sobre un verde suelo esculpido por la lluvia vuelan las alondras. Escuché su grito a través de ese olvido que termina en la memoria de esas tardes amarillas. Elevándose hacia el cielo los nubarrones hundían al sol que se iba tiñendo de una luz misteriosa en aquellos senderos de la tierra. Pisando las hojas caídas en el huerto de mi infancia, sobre unas gárgolas antiguas y con el claro lenguaje de esas aguas del otoño que se convierten en palomas de mis sueños. Aquel atardecer abría sus entrañas a la noche. En las cumbres más altas la blanca nieve se fué haciendo la dueña de la tierra y una ténue lluvia en gris puso un tamíz poético a todo el parque.
 
La tarde está desierta mientras se queman mis sueños. A mis espaldas una enredadera sujeta a los muros de piedra del jardín se expande con la agonía estremecedora de alguién que no quiere morir. En la selva del mundo se fueron perdiendo los ligeros pies de unos niños, mientras la tierra se eriza bajo un puñado de silencios, recoletos y tímidos que nos invitó a guardar nuestro propio silencio y haciendo de él nuestro único lenguaje.
 
Un ceremonioso castaño se balanceaba con cautela mientras unos jazmines intentaban atrapar al cielo con su perfume. Sobre el cristal de agua de la fuente veo a un árbol pensativo, cuando el sol se ocultaba de mí con una lección de sabiduría total. Allí cerca un viejo café me envuelve con la melodía de ese tiempo irrecuperable. Sobre el blanco mármol de sus mesas nace una dedicatoria de las manos de un poeta, bajo el ya oscuro índigo de otra noche de otoño. Sobre el olvido de mi adolescencia sopla ya el viento hacia los oscuros montes del invierno. Ana Valentín.

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