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miércoles, 11 de noviembre de 2009

TIERRA UMBRÍA




En una invernal noche, los copos de nieve volaban casi horizontalmente, impulsados por el viento del noroeste. Cuando la vida se tiende bajo las estrellas, las viejas ciudades existen en tanto siguen latiendo en la memoria de los hombres.

Un viaje a través del tiempo. Una ventana a las profundades es un paseo transformador. Van emergien frente a nosotros esos claustros, lomas, iglesias, casonas. Desperdigadas por sierras y también por playas de verdes ocres, y convirtiendolo todo en un canon estético e inimitable. Abriendo sus figuras al mar, los puertos que las nieves cierran en el invierno, entre los caminos escarchados por una constante lluvia.

Junto a un monasterio un río nace a la vida, y deambula a través de las tierras llanas y de las altas sierras. Con el tiempo sus aguas se irán tiñendo de color azufre. Un inmenso ocáno rodea el paisaje mientras que el mar, con su bravura, parece no tener muralla contra las montañas. En los campos sembrados, las frutas y las flores silvestres, daban pinceladas de ilusión en la ya triste campiña.. Pueblos de calles desiertas, donde el eco de las pisadas nos devuelve, mil ecos de ruidos perdidos en el tiempo, en la historia de aquellas piedras calladas. Las mohosas murallas gesticulan ceñudas en la noche. Escucho el sonido del monte a través de la voz lejana del lobo que nos recuerda de su existencia y de su peligro.

El cálido valle discurre entre la abundancia y el abandono. La madera mojada de un hogar desprende humo negro. Tras los cristales amaina la lluvia y sale otra luna. Algunos de sus todavía débiles rayos intentan perforar la gasa de niebla que la cubre en silencio. Se derrama un resplandor sobre el cerro. Las montañas hechas de tajos de árida tierra nos enseñan sus dientes, entre los precipicios y los abismos. ¿Es ésta la misma tierra que ondula bajo el sol del verano como una tapicería fina?

El humo ya sale por la chimenea enegreciendo las paredes de piedra. Mientras observa añoro aquel tierno paisaje, en el que te podías descolgar hasta el río, cruzar un puente o escuchar a lo lejos el melancólico canto de unas campanas. Por las paredes de aquellos `puentes se escurrían mil venas de agua, en una tierra de gran sentimiento religioso por sus largos inviernos.. Pero cuando aquella sombría niebla se pasea por sus empedradas calles, en una silente legión de fantasmas, y con su olor a retamas, a espliego o centeno, saltan al compás de unos juegos de niños, bajo la sombra de un castaño que ya sueña nuevos horizontes.

Sus oscuras piedras son los testigos del transcurrir de los años y aún hoy persiste el olor a tierra umbría y a pastos mojados.

El sol ya no es más que una franja bermeja que se desliza entre los blancos y los verdes. El aires es nuevamente fino y transparente y el campo nos regala sus vientos medicinales de manzanilla y romero.

En pocos meses regresará el silencio, cuando las tardes vayan de caída. Ana Valentin.

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