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jueves, 26 de marzo de 2009

LO QUE VIÓ LA LUNA

DECIMOOCTAVA NOCHE.- Había una calma de muerte, dijo la Luna. El agua estaba tan transparente como el aire que yo iba a travesando. Podía ver las extrañas plantas que crecen bajo las aguas, como árboles de gigantes bosques que se elevan hacia mí a muchas brazas de distancia. El pez nadaba sobre las copas; una manada de cisnes silvestres volaba muy alto por el aire; uno de ellos dejóse caer planeando con las alas abiertas. Y según aumentaba la distancia que le separaba de la caravana, seguía segía con los ojos. Dejó las alas sin movimiento y fué fluctuando en el aire, quieto, como una pompa de jabón. Cuando tocó la superficie de las aguas metió la cabeza bajo el ala y así permaneció como el blanco capullo del loto sobre un lago tranquilo. Una ligera brisa se levantó rizando la superficie de las fosforescentes aguas. El cisne levantó el cuello y las reluciente aguas brillaron sobre su pechuga como llamas azules. La aurora apuntaba su rosada luz por doquier y el cisne se elevó con renovado vigor, hasta el sol naciente, hacia la débil línea azul de la costa, a donde tomó su vuelo la caravana. Pero voló solo, llenando el pecho de deseo. Voló solitario sobre las hinchadas aguas azules.
Hans Chirstian Andersen.

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