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viernes, 26 de octubre de 2012

DESPERTAR





Cubriendo de plata y blanco las cabezas venerables de las altas montañas, el frío invierno se despertó aquella mañana sorprendiendo al paisaje. El velo del amanecer descorrió presuroso todo el manto y los ojos penetrantes de Alma atraparon el mensaje de aquel día de enero. Las vastas llanuras permanecía inmóviles bajo la escarcha y los hilos de agua que caían desde la torre se habían quedado petrificados por las bajas temperaturas. Las prístinas voces del bosque y el campo se percibían bajo un inmenso silencio reinante.

Alma sucumbió, como tantas otras veces, ante la magnificencia y calzándose las botas, enrollándose la bufanda salió a la grupa de Luna que la introdujo en el misterio de la blanca estación. Los picos más altos de las montañas le guiaron con su luz enrojecida por un sol que no terminaba de despertar. Melenas blancas de la nieve caían sobre las laderas sin forma definida, remoloneando y diseñando un paisaje nuevo. A medida que el día aclaraba el cielo le dejó descubrir, entre las espesas nubes, un puñado de estrellas perdidas entre tanta inmensidad. Se hallaba en ese umbral mágico que separa al día de la noche y que, esa misma noche, se recreaba en los colores cálidos queriendo compensar la frialdad que impregnaba al cielo y a la tierra.

Allí estaba Siro como un brillante multicolor, destacando entre las demás estrellas, hasta que Júpiter le robó parte de su protagonismo con su destello sobre todas las demás.

El invierno está asociado a la nieve por medio de éste el norte y el frío. En la medianoche del cielo anual encontramos esa invitación a la calma y al reposo. Una naturaleza lenta y silente. Cuando los desnudos árboles ya no tienen el follaje que los proteja, dejándonos a solas con nuestra inmediatez y nuestra vida interior. Ana Valentín.

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